El bolígrafo como metáfora

Lo pequeño puede ser hermoso, afirmaba el economista E.F. Schumacher tras la crisis petrolífera de 1973. Esta idea ponía en cuestión si la escala humana, ligera y mínima pero a la vez trascendente, debería servir para organizar la vida colectiva antes que las grandes cifras macroeconómicas de aquellos días, similares a las que hoy sepultan nuestros pensamientos. La frase ha quedado en el lenguaje universal como una anécdota, con una función léxica pero sin provocar el necesario debate mundial permanente.

Le pasó algo similar a uno de los grandes inventos del siglo XX: el bolígrafo. En nuestras manos, este artilugio ha permitido al cerebro y al corazón expresar los trazos de la vida de momentos íntimos. A pesar de su escaso reconocimiento ha concretado las relaciones comerciales internacionales y ha hecho posible la educación de todo el mundo. Sigue prestando sus servicios con humildad, sin obtener ningún premio y solo se encumbra en la estatua de Budapest que representa al autor de la “Gesta Hungarorum”. Casualidades de la vida, fue el húngaro László Bíró quien lo patentó en 1938. La persecución nazi lo llevó desde su país a Argentina desde donde “los lapicitos a tinta Birome” llegaron a EE.UU. y cambiaron en todo el mundo la manera de relacionarse de las personas, pues permitían una escritura ágil y continua, sin tinteros ni manchas. El impulso de las marcas americanas (Reynolds y Parker) y la francesa Bic, que todavía dan nombre a ilustres bolígrafos, tuvieron parte importante en su difusión. Hoy hasta esta aristocracia de la escritura ha perdido su relevancia social.

En las navidades pasadas el bolígrafo estuvo de actualidad porque una revista médica británica dio cuenta de la extracción de uno que había estado durante 25 años en el aparato digestivo de una señora y que todavía escribía. Antes duraban mucho y la mayoría eran recargables. Ahora los hay de múltiples tipos y tintas, con diseños y formas diversas, fabricados con distintos materiales (plástico, gel, papel, etc.) y de precios diversos, algunos de regalo en las campañas publicitarias. Los hay que son una maravilla de la tecnología. Con diseños elegantes y modernos, pesan poco, son anatómicos, escriben deslizándose, etc. ¡Un verdadero prodigio!, aunque, tras utilizarlos a menudo, se comprueba que no son perfectos; se gasta la carga. Si ustedes quieren recargarlos tendrán que recorrer varias papelerías, grandes almacenes, etc., y es posible que sin resultado. Seguramente algún comerciante les dirá que ahora las cosas tan pequeñas son de usar y tirar y más algo que cuesta tan poco dinero, que están anticuados quienes pretenden dar varios usos a un bolígrafo. No intenten argumentarles, ni en la tienda ni a sus conocidos, que buscan la carga –que tiene un costo muy bajo con relación al total- porque la práctica de usar/tirar el bolígrafo entero supone un aumento considerable de la producción de residuos, contribuye al agotamiento de materias primas e implica un enorme gasto energético además de provocar la contaminación del aire y del agua. Les tacharán de fundamentalistas de la ecología y contrarios a la generación de puestos de trabajo. Siempre nos queda la duda de si efectivamente se fabrican las cargas y son los distribuidores o los comercios los que no quieren venderlas.

En cierta manera, las cosas pequeñas son como las pulsiones personales de la vida cotidiana; sentimos por ellas y vivimos gracias a ellas. Los medios de comunicación dan prioridad estos días a las grandes cifras para justificar la reducción de costes económicos y olvidan los recortes de las políticas sociales, que aunque sean más pequeñas sustentan las verdaderas relaciones a escala humana. Mientras por todos los lados nos incitan a comprar, escuchamos en las campañas de las administraciones que hay que ahorrar, dar buen uso a lo que tenemos. El costo de un producto o de un servicio condiciona las actuaciones administrativas en la sociedad consumista de intercambios comerciales que mantenemos entre todos. Para resistir solamente nos queda refugiarnos en la hermosura de lo pequeño y no permitir que quede en el olvido. Si le damos cada vez más y mejores usos encontraremos el valor de las acciones, y la proximidad de los sentimientos, comprenderemos la metáfora del bolígrafo como escenario educativo.

  • Publicado el 2 de abril de 2012, en reconocimiento del papel educativo que en la sociedad tienen las cosas pequeñas y las acciones simples. Por aquellos días, la Premio Nobel de la Paz Suu Kyi ganaba por goleada un escaño en el parlamento de Birmania.

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